martes, 13 de mayo de 2014

El historial (II)...

Recuerdo el primer pinchazo de mi primera FIV. Lo recuerdo porque me dió la risa. Le había prometido a Él que le esperaría, que lo haríamos juntos. Pero me pudo la impaciencia. Cargué el boli, puse la aguja y alehop! De pronto una duda “¡¿he puesto la dosis correcta?!”. Y los nervios. Y el tembleque. Y la risa…
Y así me encontró Él. Eufórica. Me sentía poderosa. Una superwoman. Dando saltos por el salón de pura histeria.
La verdad es que tengo buen recuerdo de aquel tratamiento. Nuestro tren fue una fiesta durante esos días. Todo iba muy bien, “de libro”, dijo la doctora. Y llegamos al día de la transferencia con dos embriones de tipo A, “perfectos”, nos repetían, y otros siete evolucionando en el laboratorio.
Y por primera vez nos dimos permiso para visualizar. Nuestros hijos. La posibilidad de ser padres concentrada en un puñado de células. A un paso… Y así pasaron los días, con nuestros dos “proyectos” en mi tripa: Yo, paralizada por la responsabilidad, incrustada en el sofá con la espalda crujida. Él, convencido de su (doble) paternidad, flotando por casa e imaginando nombres y situaciones. Y el estado de excepción se contagió a mis padres, que ignorando estadísticas y probabilidades, daban por hecho mi embarazo.
Hasta que el día 10 post-transfer… os lo podéis imaginar. Ella. La puñetera. Ni progesterona ni sentido común. Cuatro días antes de la beta, hizo acto de presencia.
Confieso que tomé aire profundamente, casi con alivio. Llevaba más de una semana conteniendo la respiración, calculando cada movimiento, sin ser dueña de mi cuerpo. Como si llevara adosada una bomba a punto de estallar.
Él no estaba en casa y yo me fui a correr. Y mientras corría lloré por ellos. Por mis dos “posibilidades”, porque me hubiera encantado conoceros…
Y así di por finalizado mi primer tratamiento de reproducción asistida. Con una mezcla de incredulidad, sensación de irrealidad y sentimiento de culpa por aquel primer pensamiento: “Al fin se acabó. Vuelvo a ser yo”.
 
P.d.- De nuestro primer viaje sobrevivió un pequeño embrión que logró convertirse en blastocisto. Lo vitrificaron y nos empujaron a iniciar “en seguida” el tratamiento para implantarlo. Tuvimos muchas dudas, ya que sólo era uno… pero el tren iba sin frenos. Y nos dejamos llevar de nuevo.

2 comentarios:

  1. Uff qué duro ...todo iba perfecto y la regla ¿os dieron alguna explicación?... entiendo ese sentimiento de "volver a ser yo" en mi ultima fiv, tenía tantas ganas de acabar con la incertidumbre...aunque en otras ocasiones como creía embarazada no quería despertar de ese sentimiento.
    Aqui me quedo para leer que pasó con ese blastocisto.

    Un besito!

    ResponderEliminar
  2. Fue una decepción enorme, y creo que nos sirvió para perder la inocencia ante el mundo de la reproducción asistida. Explicación? Ninguna. Mala suerte. Aunque el siguiente capítulo fue aún peor...
    Muchas gracias por leerme!! Esta semana empezamos el "mambo" otra vez! Os iré contando...
    Un beso!

    ResponderEliminar