Sábado por la noche en un restaurante del centro. Miro hacia
la puerta y reconozco la sonrisa de Doc que me observa al otro lado: “No me lo
puedo creer!” Hace cinco meses que no nos vemos, concretamente, desde la eco de
las 5 semanas, cuando escuchamos el corazón de mi bichillo latiendo por primera
vez. Aún así, le escribo un mensaje cada mes contándole las novedades y la
evolución de un embarazo que conseguimos entre todos. Justamente el viernes le mandé
el último whatsapp:
-
“Todo marcha bien, mi NIÑO sigue creciendo, pero mi
placenta ha decidido instalarse en la parte baja”.
-
“Pásame el informe que te han dado, a ver qué dice
exactamente.”
-
“Placenta oclusiva por ambos lados. Difícil que suba a
estas alturas. Ya me hablan de cesárea programada”.
Durante el encuentro me pregunta cómo estoy y yo le cuento
solo una media verdad: “Muy bien, muy tranquila, de momento no he tenido pérdidas,
así que hago vida bastante normal”.
La verdad es que a veces estoy tranquila. La verdad es que
estas últimas semanas han sido un sueño. La verdad es que a veces me olvido de él,
y de los tratamientos, y me creo que soy una embarazada normal. La verdad es
que, de momento, mi placenta baja (o previa como también suele llamarse), no
nos ha dado ningún susto.
Pero la verdad también es que por las noches me cuesta
dormir. Hoy hemos empezado el seguimiento de embarazo de riesgo por la
Seguridad Social. No dejaremos a la Doctora R., nuestra gine del seguro, porque
nos hace sentir muy bien y muy acompañados. Pero la verdad es que estoy
aterrorizada y necesito pensar que hacemos todo lo posible para que nuestro
niño esté bien. Porque la verdad es que esta mañana, al salir del Hospital, el
miedo ha vuelto como una bocanada de aire frío y las palabras “prematuro,
sangrado y reposo” se me hacen un nudo en la garganta.
El sábado me despedí de Doc con una sonrisa y él me respondió
con un “que guapa estás!”
Al volver a mi mesa, le dije a mis amigos: “Es Doc! El
medio-padre de bichillo!” Y todos nos reímos.
La verdad es que a veces vuelvo a ser yo y me entran una
ganas locas de contaros que casi no he engordado pero que ya tengo una tripa
muy, muy bonita. Que nos hacemos fotos y paseamos por la orilla del mar, y
comemos helados, y pronto estrenaré biquini nuevo, e inventamos canciones
absurdas y bailes ridículos, y somos de esos padres que tienen una ecografía
colgada en la nevera. Que salgo a caminar por el pueblo con camisetas ajustadas
y las señoras mayores me preguntan de cuanto estoy, y si ya sabemos si es niño
o niña. Y yo me derrito de emoción mientras mi chico le habla a mi ombligo,
poniendo voces graciosas , y le dice: “Eii, que soy tu padre! Y te voy a querer
mucho, mucho, mucho…”
Pero la verdad es que aún no hemos comprado nada. Y paso de
largo por las tiendas de bebés. Y sigo buscando en Google síntomas y
posibilidades con el corazón en un puño.
Supongo que mi verdad, la Verdad de todas las que pasamos
por esto, es así de difícil, contradictoria e intensa. Y aún así, si al final
todo sale bien, la verdad es que la recompensa debe ser maravillosa.